La casa de las lágrimas

La casa aquella estuvo condenada desde el momento de su construcción. Todo empezó con el Conde de la Cadena. Un hombre avaro y cruel como todos los que venían buscando los minerales de esta tierra. Él era un magistrado enviado a explotar los yacimientos de plata hasta que no dieran más de sí, y lo mismo hizo con los peones que levantaron piedra por piedra la casa, aunque más que peones eran esclavos. Eran los tlahuicas y chontales a los que trataban como bueyes de carga, nomás duraban unos meses cargando piedras, se morían y lueguito traían más para su reemplazo.

Las leyendas más antiguas cuentan que los chontales estuvieron siempre sometidos al dominio del señorío azteca. Ellos, habitantes primeros de Taxco el viejo, pagaban tributo al rey Moctezuma en forma de laminillas metálicas pero hubo un día en el que se sublevaron. Más les hubiera valido agachar la cabeza porque Moctezuma envió un ejército para aplacar la rebelión y todo terminó en una masacre. Dicen que ahí donde se derramó toda la sangre de los chontales creció una flor roja que despliega su belleza una vez al año. Los mexicas la dedicaron a la princesa Cuetlaxóchitl y posteriormente los frailes la adoptaron para sus fiestas de natividades.

Aquí hemos cambiado de señores pero las crueldades siguen siendo las mismas de siempre. A los chontales los mató la guerra y luego terminaron siendo esclavos. Los azotaban para forzarlos a trabajar, pasaban hambre y sed, morían sin un minuto de piedad. Desde entonces la crueldad se pegó a los muros ensangrentados de la casa y en ocasiones los herederos repiten sin darse cuenta las mismas tragedias. Quizás será algo inherente a su estirpe, alguna maldición acaecida desde tiempo atrás. A la muerte del Conde de la Cadena, aquel que lo comenzó todo, arribó al entonces pequeño poblado un descendiente que quedó como propietario de la casa.

Aquel hombre trajo consigo a su hija, una muchacha hermosa e inteligente, que sin embargo tenía la mirada perdida, se le veía pálida y enferma pues había sido separada a la fuerza del joven de quien había caído enamorada. El padre, celoso, no consentía la unión entre ambos por considerar inferior al muchacho, sin la suficiente alcurnia para desposar a su hija. Sin embargo el jóven cometió el atrevimiento de seguir hasta el pueblo de Taxco a su amada. Un día, pasada ya la medianoche, se introdujo hasta los aposentos de la bella mozuela, pues no podía aguantar más tiempo sin sostener las manos de su querida, abrazarla y consumar el fuego de su amor largamente pospuesto. No esperaban nunca que el padre sospecharía, subiría hasta la habitación, los encontraría a los dos retozando en libertad como nunca antes y perdería la cabeza.

El padre, convertido en ogro, en un tirano cegado por su egoísmo infantil, asesinó al muchacho frente a su propia hija. Ante tal horror, una vez despierto del trance, consciente del acto cometido con sus propias manos y observando a su hija quien había contemplado ante sí lo más cercano al infierno —cuya mirada estaría ya perdida para siempre y sin remedio para salir del profundo abismo— tomó la decisión de acabar con su propia vida, no sin antes liberar también a la muchacha del dolor que desgarró su alma aún joven.

Quizás este fue el acontecimiento más trágico ocurrido ahí pero los horrores no terminaron. La casa fue abandonada y posteriormente se ocupó como cuartel general por Morelos durante la independencia. En ese momento tal vez se invirtieron los papeles, pues ahora fueron los españoles los que sufrieron brutalidades en calidad de presos. Pasaron los años, terminó la guerra de Reforma, la casa se convirtió en reformatorio y luego Casa de la Moneda, donde acuñaban oro y plata. Pasó a ser habitación de sacerdotes y hasta un juzgado. Fue ya hasta el siglo pasado cuando la casa pasó a ser propiedad nuevamente de una familia española.

La última descendiente que quedó de esa parentela era una mujer mayor de nombre Bacilisa. Era ella de costumbres muy raras, como si lo único que hubiera heredado fuera la avaricia y el resentimiento. Desconfiaba de todos en el poblado de Taxco por lo que no acostumbraba tener servidumbre y no salía de la casa ni a que le diera el sol. Vivía sola. Era sabido que aún poseía una fortuna y que la escondía entre los muros, rascando con sus propias manos agujeros donde ocultar quizás la culpa con que cargaba su linaje.

Ocurrió un día la última fatalidad de la Casa de las Lágrimas. Como era de conocimiento público la forma en que vivía la vieja Bacilisa, hubo quienes decidieron meterse a su casa para robar sus acaudalados muros. Hubiese sido un trabajo de entrar y salir, pero quién sabe por qué, puede ser que el resentimiento se apoderó de los ladrones, acaso las paredes seguían rezumando el horror presenciado —el mal que se apoderó de la casa desde sus cimientos— que los ladrones asesinaron a la vieja mientras dormía. Al menos no habrá sufrido las torturas de otros, al menos esa fue la última tragedia acontecida en ese lugar. Aunque la gente de acá en Taxco cuenta que desde entonces se escuchan alborotos de cadenas, llantos de mujeres y espectros sollozantes que se aparecen en los rincones, entre las paredes, dicen que son las almas de todas las personas sacrificadas purgando sus penas.